viernes, 13 de febrero de 2009

Fragmento de pasión


LLamamos realidad sólo a la consciencia: cuánto nos equivocamos al dar nombre a las cosas...

LLamamos, por ejemplo, vida normal a lo que hemos covertido en una verdadera porquería: a un engaño y un cebo para que trabajemos, seamos dóciles y gobernables y fabriquemos armas, y haya guerras y gobernantes que nos lleven a ellas.

Pero da igual: la vida, a pesar de ser la antesala gozosa de la muerte, no es cicatera, no es una contable que lleve al céntimo el debe y el haber; es derrochadora y yo -que sé que ella no es mía, sino yo de ella- aspiro a prolongar este breve pasillo del placer de vivir. Hasta morirme en él, o morirme por él. Pero ¿quién muere en un pasillo? Ay, si el placer matara...

La vida es una aventura incomprensible, aunque a rachas acertemos a comprender una parte pequeña.

Ha habido momentos en que he estado tocándole el alma con los dedos, en que he sacado los dedos manchados con polvillo de oro como el que una mariposa, de niños, nos dejaba antes de escapar o antes de morir. No sé con que estrategia y, no obstante, creo que el zafarrancho de combate del sexo nos ayuda; deja todo manga por hombro, sin que se sepa de quién es esta camisa o este olor, pero ayuda. Es una empresa que se emprende en común. Estoy segura de aque su frenética complicidad no se extingue del todo; de que hay una forma de simpatía, una afinidad que, después del orgasmo, se prolonga, que nos prolonga... Por lo que sé de mí, mi pasión es continua: no dura sólo lo que dura el polvo: conduce a él y lo sigue y lo precede. Como el péndulo de un reloj que se mueve ignorante de la hora que marca.

A menudo he pensado que mi pasión es aún más violenta que mi deso sexual, y más personal también, y menos transferible por desgracia.
Se puede despertar el deseo en otro ser, pero no la pasión.
La momentánea, sí; pero la que es anterior y posterior a la embriaguez del sexo, no.

Por eso la pasión está más cerca de la muerte que el deseo, cuando mezcla sin sentido la dicha y el dolor: un dolor que es dichoso porque emana de quien amamos y de su mano viene, aunque él no sea consciente de que nos la causa, y sea precisamente eso lo que más nos duela. Y por eso la pasión se alimenta de sí misma -bien lo sé yo- igual que un cáncer. Para cumplirse no necesita nada más que a ella misma, una vez que se ha levantado en armas por la presencia de alguien.

Porque la ausencia de ese alguien es terrible, pero nos queda la esperanza del encuentro, mientras que, si su presencia realmente no nos acompaña, sólo nos queda la desesperación.

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